Post-algo

El silencioso humo sale del incienso, ése que tanto adoro, consumido por el fuego que atenta su vida. Al igual que las palabras que fluyen por ese líquido vital al que llamo sangre, consiguen hacerse visibles pero no ruidosas gracias a la p e r f o r a c i ó n del ventrículo izquierdo que tú, hombre cuidadoso y caballeroso [ya puestos], te has empeñado inconscientemente de hacer.
¡Maldita dulzura con la que me tratas!
¡Maldito azúcar que endulzó éste café amargo, solo, más negro que la gata callejera que frecuenta tu tejado cada noche desde que te escuchó tocar la guitarra!
Y ahora sufro de diarreas mentales, verbales y escribales [aunque con esto último acabe de darle una patada al diccionario por pura invención], desde que el océano de tu mirada logró ahogar la respiración seca y desértica en la que me hallaba.
Sufro también de intolerancia a otras caricias que no sean las tuyas. Pero ante todo, sufro de depresión post-diarrea visual cuando te pierdo de vista y siempre y cuando el corazón me lo permita.
¿Me lo permi. . .?
Y lo oí
               a mí desgarrándome con la lenta angustia de una tortuga al caminar. Con la misma capacidad de morir que cualquier ser humano mundano y sin eternidad es capaz de cons. 

[ya no hay post-nada]

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No seas tímido/a y dime sin pelos en la lengua lo que te han hecho sentir éstas palabras. Si no tendré que depilarte la lengua [con cera caliente]. Tú mismo/a.